Reivindico mi derecho a tener opinión propia
No me gusta el borreguismo. No me gusta que por el hecho de defender una opinión o una idea se me meta en paquete otra serie de ideas o de opiniones.
Supongo que para algunas personas, que se tragan líneas de pensamiento, ideas y opiniones en función de unas siglas, que se colocan frente a otros para pedirles permiso sobre lo que tienen que pensar o decir, sea difícil de entender que haya otros, entre los que me incluyo, que nos esforcemos por tener nuestras propias opiniones.
Acertadas o no, coherentes o no, pero propias.
Me ocurrió en algún debate sobre maternidad. En los tiempos en los que participaba en blogs aportando mi opinión sobre lactancia o sueño, no era raro que surgiese alguien, normalmente anónimo, y me incluyese todo un paquete de creencias que yo no había nombrado, pero que se me suponían, en función de la etiqueta que se me había puesto.
Me pasa hoy, que ya no opino tanto sobre maternidad, como sobre otros temas, que por el hecho de hablar sobre algo, dar mi punto de vista e intentar explicarlo, aparezca quien me cuelgue todas las etiquetas que se le ocurran, porque mi opinión está incluida en un paquete prefabricado, como si las personas tuviésemos que estar sujetas a una línea editorial.
Me dan especial grima los gurús. Me pueden los intolerantes, sean del signo que sean. Y muchísimo más los que recurren al insulto o al ridículo para defender sus ideas.
Confío en la capacidad de algunos seres humanos para dialogar incluso cuando sus posturas sean opuestas. Me gusta hablar, me gusta discutir y me gusta poner a prueba la solidez de mis ideas. Me gusta que me hagan reflexionar, que me cuestionen mis principios.
Pero no soporto a quienes insultan, a quienes ofenden y a quienes no toleran que el resto del mundo pueda vivir sin seguir sus pasos.
Reivindico mi derecho a cambiar de opinión. Ya lo dice el refranero: no soy río y me vuelvo cuando quiero. Y no pasa nada porque a nadie tengo que darle cuentas de lo que pienso, ni demostrar mi coherencia en ningún sitio, ni como he dicho antes sigo a ningún gurú ni he firmado ningún compromiso de permanencia ante ningunas siglas.
Y no muestra ninguna debilidad quien rectifica su opinión. Más bien al contrario, demuestra una independencia de pensamiento y una solidez de ideas que no tienen la mayoría de los que hablan.
Ya lo dijo Ortega y Gasset, soy yo y mis circunstancias. Y es imposible que todos tengamos el mismo punto de vista, porque nuestras circunstancias personales son las que son.
A veces, escuchando y leyendo a otras personas, aprendemos de ellas, nos ponemos en su piel y nos impregnamos, aunque sea someramente, de sus circunstancias.
Salvo cuando nos escondemos detrás del muro de la intolerancia, nos colocamos el chubasquero y nos enconamos en nuestra opinión, contra viento y marea, y al precio que sea.
Y no somos perfectos, así que a veces hasta nos equivocamos.
Reivindico mi derecho a opinar de una manera personal, sin que se me meta en ningún saco ni se me afilie a ninguna ideología.
Reivindico mi derecho a cambiar de opinión cuando me plazca, o cuando me convenzan las cincunstancias ajenas.
Reivindico mi derecho a dialogar desde el respeto. Al menos, reivindico mi derecho a que se me trate con el mismo respeto que yo utilice.
Y si no, me voy con mis bártulos a otra parte, con la confianza de que alguna vez encontraré mi sitio.
De momento, aquí me expreso y aquí me desahogo.
Supongo que para algunas personas, que se tragan líneas de pensamiento, ideas y opiniones en función de unas siglas, que se colocan frente a otros para pedirles permiso sobre lo que tienen que pensar o decir, sea difícil de entender que haya otros, entre los que me incluyo, que nos esforcemos por tener nuestras propias opiniones.
Acertadas o no, coherentes o no, pero propias.
Me ocurrió en algún debate sobre maternidad. En los tiempos en los que participaba en blogs aportando mi opinión sobre lactancia o sueño, no era raro que surgiese alguien, normalmente anónimo, y me incluyese todo un paquete de creencias que yo no había nombrado, pero que se me suponían, en función de la etiqueta que se me había puesto.
Me pasa hoy, que ya no opino tanto sobre maternidad, como sobre otros temas, que por el hecho de hablar sobre algo, dar mi punto de vista e intentar explicarlo, aparezca quien me cuelgue todas las etiquetas que se le ocurran, porque mi opinión está incluida en un paquete prefabricado, como si las personas tuviésemos que estar sujetas a una línea editorial.
Me dan especial grima los gurús. Me pueden los intolerantes, sean del signo que sean. Y muchísimo más los que recurren al insulto o al ridículo para defender sus ideas.
Confío en la capacidad de algunos seres humanos para dialogar incluso cuando sus posturas sean opuestas. Me gusta hablar, me gusta discutir y me gusta poner a prueba la solidez de mis ideas. Me gusta que me hagan reflexionar, que me cuestionen mis principios.
Pero no soporto a quienes insultan, a quienes ofenden y a quienes no toleran que el resto del mundo pueda vivir sin seguir sus pasos.
Reivindico mi derecho a cambiar de opinión. Ya lo dice el refranero: no soy río y me vuelvo cuando quiero. Y no pasa nada porque a nadie tengo que darle cuentas de lo que pienso, ni demostrar mi coherencia en ningún sitio, ni como he dicho antes sigo a ningún gurú ni he firmado ningún compromiso de permanencia ante ningunas siglas.
Y no muestra ninguna debilidad quien rectifica su opinión. Más bien al contrario, demuestra una independencia de pensamiento y una solidez de ideas que no tienen la mayoría de los que hablan.
Ya lo dijo Ortega y Gasset, soy yo y mis circunstancias. Y es imposible que todos tengamos el mismo punto de vista, porque nuestras circunstancias personales son las que son.
A veces, escuchando y leyendo a otras personas, aprendemos de ellas, nos ponemos en su piel y nos impregnamos, aunque sea someramente, de sus circunstancias.
Salvo cuando nos escondemos detrás del muro de la intolerancia, nos colocamos el chubasquero y nos enconamos en nuestra opinión, contra viento y marea, y al precio que sea.
Y no somos perfectos, así que a veces hasta nos equivocamos.
Reivindico mi derecho a opinar de una manera personal, sin que se me meta en ningún saco ni se me afilie a ninguna ideología.
Reivindico mi derecho a cambiar de opinión cuando me plazca, o cuando me convenzan las cincunstancias ajenas.
Reivindico mi derecho a dialogar desde el respeto. Al menos, reivindico mi derecho a que se me trate con el mismo respeto que yo utilice.
Y si no, me voy con mis bártulos a otra parte, con la confianza de que alguna vez encontraré mi sitio.
De momento, aquí me expreso y aquí me desahogo.
O sea, que perteneces al detestable grupo de los reivindicativos, sección defensores de derechos... Muy bien, tomo nota. Te vas a enterar.
ResponderEliminarAh, y da gracias a que soy muy tolerante. Pero es que no soporto las críticas a los chubasqueros.
Bueno, amiga, tranqui. Salud-os
Pertenezco, y no me gustan nada los chubasqueros. Soy de las que salen bajo la lluvia sin paraguas. A lo mejor por eso crecí más :)
Eliminar¡Un abrazo!
Pues llevas mucha razón, Paula. Yo reivindico mi derecho a evolucionar, sí, a que mis ideas y mi manera de pensar evolucionen conmigo. Todo está en continuo cambio, y nosotros también. Yo no soy igual, ni pienso igual, que hace 20 años. Afortunadamente evoluciono y me adapto al medio a mi manera, no a la manera que me impongan. Tampoco me gusta que me etiqueten por el hecho de haber dicho alguna vez una opinión marcada con una etiqueta, porque la vida, probablemente, me hará reflexionar y cambiaré. Por eso, Paula, reivindico mi derecho a evolucionar como yo quiera, a equivocarme, a cambiar de opinión.
ResponderEliminarBesos
Nieves
Por supuesto Nieves. Si me anclase en una opinión durante muchos años acabaría pensando que no estoy pensando con claridad. Es bueno replantearse los principios de vez en cuando.
EliminarConforme pasan los años nos damos cuenta de que siendo los mismos no somos iguales... y eso es la evolución... la cual yo también reivindico.
Eliminar¡OOOOLÉ!
ResponderEliminarTIENES MAS RAZÓN QUE UN SANTO.
Excelente entrada querida amiga. Estoy totalmente de acuerdo en la autoafirmación de la persona. El ser humano es muy dado a imponer sus ideas sin antes escuchar las del otro. Reconozco que es uno de los grandes lastres de nuestra humanidad y una de las razones por las que no avanzamos hacia donde debiéramos. Pero sí me quedo con algo muy cierto que dices... El hecho de cambiar de opinión si fuera necesario, no supone una rendición de las ideas, sino la capacidad de ver más allá de uno mismo, y eso, estimada Paula, es de "animales en peligro de extinción". Por favor, no pierdas tus convicciones ni dejes que nadie las pisotee por que sí. Personas que piensan con esa transparencia son las que sirven para hacer que este mundo siga en movimiento.
ResponderEliminarBesos.