Entre la cebada había un hombre
Entre la
cebada había un hombre. Sentado, con la barbilla apoyada en las rodillas y la
mirada en el horizonte. No sabría precisar su edad, en algún punto
entre los treinta y cinco y los cincuenta. El pelo manchado de canas
desordenadas, la barba mal afeitada, una camiseta arrugada de un color
pardusco, que tal vez algún día fue negro, y un vaquero raído de color azul
desleído.
Abrazaba sus
piernas con ambas manos. Es posible, que a pesar del calor de aquel mes de
junio, tuviese algo de frío. En el aire flotaba el olor a tierra mojada. A
veces las espigas rozaban su cara, y cuando se mecían parecía que estuviesen
acunándole. Tal vez la brisa silbase como una nana. O tal vez, allá adentro,
solo escuchase el silencio.
Entre la
cebada había un hombre, y yo no podía imaginar qué podía hacer aquel hombre
sentado en la tierra, como si esperase a echar raíces de un momento a otro.
Tampoco
podía imaginar, que aquella mañana, el hombre se había levantado al rayar el
alba, que se había vestido casi a oscuras, sin prestar demasiada atención a la
ropa. Que se había aseado solo a medias, lo justo para despertarse un poco y
quitarse las legañas. Que había cerrado la puerta con cuidado, a pesar de que
la casa quedaba vacía. Y la cama deshecha. Y los platos de anoche todavía
sucios en el fregadero.
No podía
imaginar, que aquel hombre, sentado entre la cebada, buscaba una soledad
distinta; tal vez más amplia y menos viciada, que aquella que supuraba de los
muros desnudos de su casa.
Me ha removido algo en el cuerpo. Quiza porque ando buscando ese tipo de sensacion de libertad y no, no la encuentro...
ResponderEliminarUn supersaludo
Me has sorprendido. Me gustó.
ResponderEliminarSaludos.
Superwoman, Pamela, no tenía claro que hubiese sido capaz de expresar lo que quería. Me alegra haber sido capaz de despertaros emociones.
ResponderEliminarUn beso a las dos