EL EXTRAÑO LIBRO
EL EXTRAÑO LIBRO
A menudo, suelo encontrar cosas importantes mientras busco otras totalmente distintas. Esto fue exactamente lo que ocurrió con ese libro tan extraordinario: que tropecé con él mientras peinaba los archivadores de mi despacho en busca de un expediente extraviado.
He de confesar que el hallazgo me descolocó en un primer momento. ─¿Cómo habrá llegado esto aquí?─ me dije . No suelo tener novelas en mi puesto de trabajo, de hecho los únicos libros que ocupan las estanterías de mi oficina son los relacionados con el Derecho.
Tan descuadrada me quedé con aquel encontronazo, que dejé de buscar el expediente y me puse a hojear el libro cuidadosamente. Sin esperarlo, aquel objeto me trajo a la memoria un buen puñado de recuerdos. Una tarde de primavera en un parque de Madrid. De fondo, un cantautor desconocido arañaba el aire con su voz quebrada y una guitarra acústica. Desde un puesto de gofres llegaba un agradable aroma a chocolate recién hecho. Habían pasado quince años desde entonces, quince años que volaron sin apenas darme cuenta.
Él se llamaba Marcos y era algo más que un amigo. Podía recordar su sonrisa de oreja a oreja mientras me enseñaba su trofeo. Tenía en sus manos su primera novela, autoeditada con sus precarios ahorros de estudiante. Aquél había sido su regalo de despedida antes de tomar el tren que lo llevaría a Lisboa. Lo que ninguno de los dos imaginábamos es que a partir de entonces nuestras vidas se iban a bifucar del modo en que lo hicieron. Horas más tarde, mientras él cabeceaba en el asiento del tren, yo perdía, o tal vez dejaba olvidado, su libro en algún lugar de Madrid.
Y ahora, quince años después, aparecía en el último lugar que hubiese podido imaginar, en mi propio despacho. Sin darle demasiadas vueltas a aquella circunstancia, comencé a leer de manera distraída, intentando tal vez escarbar un poco más en la memoria, y rescatar algunos momentos agradables que ya daba por perdidos. Sin embargo, lo que encontré en aquellas páginas me dejó absolutamente asombrada: la historia que se narraba en aquella novela, tenía un paralelismo escalofriante con mi propia vida, especialmente los últimos años, desde aquella lejana tarde con Marcos.
En un principio no le di demasiada importancia al hecho de que la protagonista de la novela se llamase igual que yo, y trabajase como abogada laboralista en un despacho en las afueras de Madrid. Probablemente ─pensé─ Marcos se inspirase en mí para escribir la novela. Pero conforme avanzaba la trama, e iba descubriendo más y más coincidencias, comencé a pasar de la sorpresa al estupor, y del estupor a la inquietud.
─¿Pero qué libro tan macabro es éste?─ exclamé en voz alta al llegar al capítulo en el que descubría que mi marido tenía un lío con una compañera del gimnasio.
Sin embargo, de algún modo la curiosidad se había apoderado de mí, y no podía dejar de leer aquellas líneas, a pesar de que la sensación que me provocaba aquella historia no era precisamente agradable.
Tan absorta estaba en la lectura que ni siquiera me di cuenta de que había anochecido, e incluso había comenzado a caer una ligera lluvia, que tintineaba sobre los ventanales de la oficina. En el libro, estaba reviviendo la muerte de mi padre, y la emoción había encontrado vía libre para desatarse en forma de un llanto abundante que nublaba mis ojos.
Dejé de leer al llegar al punto en el que la protagonista encontraba un libro extraño en los archivadores de su despacho. Comencé a sudar y mi corazón se puso a latir con desenfreno. Me froté los ojos y deslicé con suavidad los dedos por mi frente, para intentar aliviar la sensación de mareo que comencé a sentir, y el intenso dolor de cabeza. ¿Qué ocurriría ahora? ¿Estaría escrito mi futuro también en aquellas páginas perversas?
La respuesta la tenía casi clara, a la vista de lo que había leído hasta el momento, pero había otra pregunta mucho más importante: ¿Tendría valor para seguir leyendo? Desde luego, no aquella noche, no en aquel momento y desde luego tampoco en aquel lugar.
Con determinación doblé el extremo superior de la página en donde había interrumpido la lectura, y comencé a recoger mis cosas para marcharme. El silencio, tan solo quebrado por el incesante crepitar de la lluvia, me sobrecogió, y no pude evitar sentir un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo desde la nuca hasta los tobillos, y me dejó tambaleando a la puerta de la oficina.
Fue entonces cuando me decidí a llamar a Marcos. Después de todo ese tiempo, no titubeé al marcar los dígitos de aquel teléfono al que había llamado tantas otras veces en el pasado. No fue hasta escuchar la voz de aquella mujer, cuando caí en la cuenta de que el número que yo conocía era el de la casa de sus padres.
Tuve que explicarle varias veces a aquella señora quién era yo, para que se decidiera a darme el número del móvil de Marcos. Aún así, en cuanto lo tuve pensé que tal vez lo mejor era que llamara primero a un taxi, y esperase a llegar a casa para telefonearle más tranquilamente. Al fin y al cabo, ni siquiera tenía claro qué iba a contarle.
─Va a pensar que estás loca, eso seguro ─murmuraba de camino a casa, ya al abrigo del taxi. El conductor me miraba de reojo a través del retrovisor, sin saber exactamente si era conveniente entablar conversación o no.
Cuando llegué a casa, la lluvia prácticamente había cesado. Me metí debajo de la ducha y dejé durante veinte minutos que el agua acariciase mi pelo y resbalase por mi espalda. Cuando me envolví en el albornoz era una mujer nueva.
Me dirigía a la cocina para prepararme algo rápido antes de ir a la cama, cuando volví a tropezarme con él de nuevo. Estaba allí, junto al teléfono, desafiante, con aquella página doblada en su extremo superior, tal y como lo había dejado sólo media hora antes sobre el escritorio de mi oficina. Al verlo supe que no tenía escapatoria. Mi destino era leer aquel libro, conocer mi futuro, y probablemente volverme loca a partir de ese momento.
Y aquí estoy desde entonces, sentada en el sofá de mi salón, con el libro entre las manos, sin poder parar de leer hasta la última página. ¿Y después? ¿Qué ocurrirá después? Tal vez nada. Quizás descubra que sólo soy un personaje de novela, y mi destino es ser leída una y otra vez por distintos lectores, haciendo de mi vida una incesante repetición, tal vez con distintos matices en cada ocasión.
Mañana posiblemente todo sea un dejá vu, pero ¿a quién no le gusta releer una buena historia?
A menudo, suelo encontrar cosas importantes mientras busco otras totalmente distintas. Esto fue exactamente lo que ocurrió con ese libro tan extraordinario: que tropecé con él mientras peinaba los archivadores de mi despacho en busca de un expediente extraviado.
He de confesar que el hallazgo me descolocó en un primer momento. ─¿Cómo habrá llegado esto aquí?─ me dije . No suelo tener novelas en mi puesto de trabajo, de hecho los únicos libros que ocupan las estanterías de mi oficina son los relacionados con el Derecho.
Tan descuadrada me quedé con aquel encontronazo, que dejé de buscar el expediente y me puse a hojear el libro cuidadosamente. Sin esperarlo, aquel objeto me trajo a la memoria un buen puñado de recuerdos. Una tarde de primavera en un parque de Madrid. De fondo, un cantautor desconocido arañaba el aire con su voz quebrada y una guitarra acústica. Desde un puesto de gofres llegaba un agradable aroma a chocolate recién hecho. Habían pasado quince años desde entonces, quince años que volaron sin apenas darme cuenta.
Él se llamaba Marcos y era algo más que un amigo. Podía recordar su sonrisa de oreja a oreja mientras me enseñaba su trofeo. Tenía en sus manos su primera novela, autoeditada con sus precarios ahorros de estudiante. Aquél había sido su regalo de despedida antes de tomar el tren que lo llevaría a Lisboa. Lo que ninguno de los dos imaginábamos es que a partir de entonces nuestras vidas se iban a bifucar del modo en que lo hicieron. Horas más tarde, mientras él cabeceaba en el asiento del tren, yo perdía, o tal vez dejaba olvidado, su libro en algún lugar de Madrid.
Y ahora, quince años después, aparecía en el último lugar que hubiese podido imaginar, en mi propio despacho. Sin darle demasiadas vueltas a aquella circunstancia, comencé a leer de manera distraída, intentando tal vez escarbar un poco más en la memoria, y rescatar algunos momentos agradables que ya daba por perdidos. Sin embargo, lo que encontré en aquellas páginas me dejó absolutamente asombrada: la historia que se narraba en aquella novela, tenía un paralelismo escalofriante con mi propia vida, especialmente los últimos años, desde aquella lejana tarde con Marcos.
En un principio no le di demasiada importancia al hecho de que la protagonista de la novela se llamase igual que yo, y trabajase como abogada laboralista en un despacho en las afueras de Madrid. Probablemente ─pensé─ Marcos se inspirase en mí para escribir la novela. Pero conforme avanzaba la trama, e iba descubriendo más y más coincidencias, comencé a pasar de la sorpresa al estupor, y del estupor a la inquietud.
─¿Pero qué libro tan macabro es éste?─ exclamé en voz alta al llegar al capítulo en el que descubría que mi marido tenía un lío con una compañera del gimnasio.
Sin embargo, de algún modo la curiosidad se había apoderado de mí, y no podía dejar de leer aquellas líneas, a pesar de que la sensación que me provocaba aquella historia no era precisamente agradable.
Tan absorta estaba en la lectura que ni siquiera me di cuenta de que había anochecido, e incluso había comenzado a caer una ligera lluvia, que tintineaba sobre los ventanales de la oficina. En el libro, estaba reviviendo la muerte de mi padre, y la emoción había encontrado vía libre para desatarse en forma de un llanto abundante que nublaba mis ojos.
Dejé de leer al llegar al punto en el que la protagonista encontraba un libro extraño en los archivadores de su despacho. Comencé a sudar y mi corazón se puso a latir con desenfreno. Me froté los ojos y deslicé con suavidad los dedos por mi frente, para intentar aliviar la sensación de mareo que comencé a sentir, y el intenso dolor de cabeza. ¿Qué ocurriría ahora? ¿Estaría escrito mi futuro también en aquellas páginas perversas?
La respuesta la tenía casi clara, a la vista de lo que había leído hasta el momento, pero había otra pregunta mucho más importante: ¿Tendría valor para seguir leyendo? Desde luego, no aquella noche, no en aquel momento y desde luego tampoco en aquel lugar.
Con determinación doblé el extremo superior de la página en donde había interrumpido la lectura, y comencé a recoger mis cosas para marcharme. El silencio, tan solo quebrado por el incesante crepitar de la lluvia, me sobrecogió, y no pude evitar sentir un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo desde la nuca hasta los tobillos, y me dejó tambaleando a la puerta de la oficina.
Fue entonces cuando me decidí a llamar a Marcos. Después de todo ese tiempo, no titubeé al marcar los dígitos de aquel teléfono al que había llamado tantas otras veces en el pasado. No fue hasta escuchar la voz de aquella mujer, cuando caí en la cuenta de que el número que yo conocía era el de la casa de sus padres.
Tuve que explicarle varias veces a aquella señora quién era yo, para que se decidiera a darme el número del móvil de Marcos. Aún así, en cuanto lo tuve pensé que tal vez lo mejor era que llamara primero a un taxi, y esperase a llegar a casa para telefonearle más tranquilamente. Al fin y al cabo, ni siquiera tenía claro qué iba a contarle.
─Va a pensar que estás loca, eso seguro ─murmuraba de camino a casa, ya al abrigo del taxi. El conductor me miraba de reojo a través del retrovisor, sin saber exactamente si era conveniente entablar conversación o no.
Cuando llegué a casa, la lluvia prácticamente había cesado. Me metí debajo de la ducha y dejé durante veinte minutos que el agua acariciase mi pelo y resbalase por mi espalda. Cuando me envolví en el albornoz era una mujer nueva.
Me dirigía a la cocina para prepararme algo rápido antes de ir a la cama, cuando volví a tropezarme con él de nuevo. Estaba allí, junto al teléfono, desafiante, con aquella página doblada en su extremo superior, tal y como lo había dejado sólo media hora antes sobre el escritorio de mi oficina. Al verlo supe que no tenía escapatoria. Mi destino era leer aquel libro, conocer mi futuro, y probablemente volverme loca a partir de ese momento.
Y aquí estoy desde entonces, sentada en el sofá de mi salón, con el libro entre las manos, sin poder parar de leer hasta la última página. ¿Y después? ¿Qué ocurrirá después? Tal vez nada. Quizás descubra que sólo soy un personaje de novela, y mi destino es ser leída una y otra vez por distintos lectores, haciendo de mi vida una incesante repetición, tal vez con distintos matices en cada ocasión.
Mañana posiblemente todo sea un dejá vu, pero ¿a quién no le gusta releer una buena historia?
Muy chulo tu relato, Paula.
ResponderEliminarMe ha gustado volver a leerlo.
Un beso. toñi