Mario y Ana


MARIO Y ANA




Recostado sobre la arena de la playa, Mario juega a recorrer la espalda de Ana con su dedo índice. En sus labios todavía late el sabor a Vodka y sal de los últimos besos. No hay nadie en la playa, pero aún así, c Ana se acerca a Mario para refugiarse pudorosa entre su cuerpo. Él se asoma en sus ojos, buscando tal vez algún rastro de los pensamientos que en ese momento ocupan su cabeza. Los observa detenidamente intentando encontrar en ellos alguna muestra de emoción, algo que le permita averiguar cómo se siente. Sin embargo no consigue atisbar nada dentro de esos ojos. Parecen ausentes.
- Estás muy callada.
- Me gusta el silencio.
- El silencio es una forma más de egoísmo.
- ¿Eso piensas? Bien, en ese caso supongo que de vez en cuando es conveniente ser egoísta.
Una vez más Mario se siente desorientado. Nunca sabe qué es lo más apropiado después de hacer el amor con una mujer prácticamente desconocida. Siempre tiene la sensación de que haga lo que haga estará mal hecho.
Quizás debería marcharse justo en este momento. A veces hablar tan solo sirve para estropear lo que fue una noche preciosa. A veces, la luz del día se empeña en borrar los tintes románticos que se inventó la noche.
Hay historias que están hechas para durar apenas unas horas. Pero ¿quién sabe?

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